miércoles, 7 de octubre de 2009

Octubre 2009. Boletin 22.

Discípulos misioneros en la defensa de la vida.


Reflexión de J. Hernández, basada en la V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y EL CARIBE EN APARECIDA, BRASIL


El documento conclusivo de Aparecida nos llama a ser discípulos misioneros propagando el evangelio de Jesús en nuestro entorno, empezando por una renovación profunda de nuestro ser en Cristo, nos hace un llamado a anunciar la buena nueva de la dignidad humana, es decir que somos hechos a imagen y semejanza de Dios, quien nos invita a vivir la vida plena que nos ha dado: La libertad, la inteligencia, la voluntad pero sobre todo la capacidad de amar.


Bendecimos al padre porque todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, puede llegar a descubrir, en la ley natural escrita en su corazón, el valor sagrado de la vida humana, desde su inicio hasta su término natural, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política” (108.)


El Centro de Ayuda a la Mujer Juarense se ha dado la tarea de revisar también su quehacer en la defensa de la vida, en relación al documento de Aparecida, y hemos encontrado con agrado que vamos por buen camino. CAMJ siempre fiel al magisterio de la iglesia intenta seguir sus lineamientos e indicaciones.


En el capítulo 9 de dicho documento, se nos invita a vivir este llamado de ser discípulos y misioneros dignificando a la familia, a la persona y por supuesto a la vida. Nos dice que la vida es un regalo gratuito de Dios que debemos cuidar desde la concepción, en todas sus etapas, y hasta la muerte natural sin relativismos. La globalización influye en las ciencias y en los métodos, prescindiendo de las cuestiones éticas. Los discípulos de Jesús tenemos que llevar el Evangelio al gran escenario de las mismas, promover el dialogo entre ciencia y fe y en ese contexto presentar la defensa de la vida.


Asistimos hoy a retos nuevos que nos piden ser voz de los que no tienen voz. El niño que está creciendo en el seno materno y las personas que se encuentran en el ocaso de sus vidas, son el reclamo de una vida digna que grita al cielo y no puede dejar de estremecernos.


La banalización y la liberación de las prácticas abortivas son crímenes abominables al igual que la eutanasia, la manipulación genética y embrionaria, ensayos médicos contra la ética, pena de muerte y tantas otras maneras de atentar contra la dignidad y la vida del ser humano.


Para que los discípulos y misioneros alaben a Dios, dando gracias por la vida y sirviendo a la misma el documento de Aparecida propone las siguientes acciones:


  1. Proseguir la promoción de cursos sobre familia y cuestiones éticas para los obispos, los agentes de pastoral que puedan ayudar a fundamentar con solidez los diálogos acerca de los problemas y situaciones particulares sobre la vida.
  2. Promover foros, paneles seminarios y congresos que estudien reflexionen y analicen temas concretos de actualidad acerca de la vida en sus diversas manifestaciones.
  3. Crear en las Conferencias Episcopales un comité de ética y bioética con personas preparadas en el tema que garanticen fidelidad y respeto a la doctrina del magisterio de la Iglesia sobre la vida.
  4. Ofrecer a los matrimonios programas de paternidad responsable y sobre el uso de los métodos naturales, como pedagogía exigente de vida y amor.
  5. Apoyar y acompañar con especial ternura y solidaridad a las mujeres que han decidido no abortar y acoger con misericordia a aquellas que decidieron abortar para ayudarlas a sanar sus graves heridas e invitarlas a ser defensoras de la vida. En un aborto existen dos víctimas: el niño, pero también la madre.
  6. Promover la formación y acción de laicos comprometidos, animarlos a organizarse para defender la vida y la familia.
  7. Asegurar que la objeción de conciencia se integre en las legislaciones y velar para que sea respetada por las administraciones publicas.



Defender la vida es un acto de fe.

Por Carolina Muñoz


En el trabajo de defender la vida bajo toda circunstancia, existen algunas trampas. En diversas ocasiones, me ha tocado escuchar argumentos que quieren justificar la pena de muerte en nuestro país: “¿Que haces con una persona que mata y que viola a niños pequeños, tú crees que tienen remedio?” o “Imagina que secuestran y matan a un hijo tuyo, ¿No crees que esos tipos merecen la muerte?”


También, hace poco, una señora, mamá de una jovencita de 16 años embarazada, me dijo que yo no tenía ni idea de los sacrificios que ella ha tenido que vivir para poder darle escuela a su hija, y ahora su ‘niña’ tendría que sufrir lo mismo y todos padecerían miseria: ella misma, su hija y el bebé. Y existen así muchos ejemplos más.


Es en momentos así, cuando nosotros, voluntarios en esta lucha por la vida, nos enfrentamos a la trampa: Porque podemos ver la miseria, el desconsuelo, la soledad, la desesperación de la otra persona y tenemos dos caminos:


Optar por creer que en verdad es mejor tomar el camino más fácil, huir de lo que podemos ver, huir de la circunstancia que parece hacer más difícil la vida de esa persona o la nuestra. Caemos entonces, en la duda, o el desánimo.


O, podemos aconsejar la vida precisamente por lo que NO podemos ver, por lo que NO podemos comprobar en ese momento, y eso que no podemos ver, se convierte en los argumentos que damos a esas mujeres que vienen a nosotros buscando apoyo y consuelo:


Obtenemos más protegiendo y defendiendo la vida humana, desde su concepción, sean cual sean las circunstancias externas, porque la vida –la de cada persona- es el don más valioso.


Ganamos más al defender la vida porque es eterna, porque prevalece aún después del sufrimiento, el sacrificio, el dolor y la muerte.


El sufrimiento es menos pesado al defender la vida, porque no estamos solos en ese camino, porque Dios ha estado, está y estará junto a nosotros en los momentos difíciles y dolorosos, porque Dios es justo, porque El mismo ha vencido toda obscuridad, porque El mismo ha sufrido, muerto, y vuelto a la vida.


Pero, así como para nosotros es difícil aconsejar de esta manera, también es difícil para la persona que nos escucha aceptarlo. Porque estamos hablando de cosas que no se ven, que no podemos tocar.


Y aún así, en muchas ocasiones, nos hemos encontrado con que tanto nosotros, como voluntarios y las personas que aconsejamos, ambos lados, actuamos basados exclusivamente en un acto de fe: Nosotros aconsejamos a favor de la vida convencidos de algo que no se ve a simple vista y ellos dicen SI a la vida, aceptando lo que no pueden todavía comprobar.


Esta dinámica es en sí misma un milagro, es una prueba de que Dios está presente en la vida de esas personas en ese preciso momento de crisis.


La fe - en Dios- es una cualidad imprescindible si queremos defender y proteger la vida.


San Pablo, explica la fe como “La substancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven.” (Heb. 11,1)


Y en realidad, actuar y vivir de esta manera, es muy difícil. Pero todo eso que no podemos ver en una situación dolorosa, adquiere substancia cuando decidimos defender y aceptar la vida esperando que todo resulte bien. Y cuando podemos presenciar la sonrisa de una vida que recién ha nacido, la satisfacción de haber hecho lo correcto ante Dios o una vida renovada por el arrepentimiento y el perdón, entonces tenemos la demostración de todo aquello que en el momento difícil no podíamos ver. Esta es nuestra recompensa.